lunes, 24 de noviembre de 2014

Carta abierta a todos aquellos que hayan visto alguna película conmigo

Las películas son historias. No es sólo entretenimiento o una evasión de la realidad o un boleto caro para entrar al cine o una forma de matar el tiempo el domingo. Son vidas de otros que nos tocan ser vividas y experimentadas a nosotros también. Es un viaje a través del espacio y/o del tiempo. Es habitar la mente y el corazón de otros temporalmente.

He vivido miles de vidas. Desde la infancia, con la compañía de personas que no recuerdo exactamente (mis hermanos y padres, seguramente) hasta el día de hoy, con mi marido por lo regular, pero pasando por los años en España, en que fui al cine en cantidades industriales, acompañada únicamente por mis guantes, mi abrigo y mi bolsa de mano, en la que guardaba una botella de agua, un libro, un cuaderno para escribir reflexiones sobre lo que leía en el libro, la cartera, las llaves y un celular no inteligente que me duró cerca de seis años; o también por mis semestres universitarios, en que disfruté y conocí a decenas de directores, fotógrafos, músicos y largometrajes gracias a un novio apasionado del séptimo arte; o una vez graduada y semi desempleada, en que en compañía de otro novio me senté frente a la pantalla a sufrir, llorar y pensar.

No todas las historias han sido tan buenas, por supuesto. Algunas han sido de plano decepcionantes, otras simplemente malas y otras, raras o aburridas. Sin embargo, puedo decir que de la mayoría he salido como una Sara distinta. Cada película ha sido una muerte y una resurrección a pequeña escala, en que mi alma ha renacido, como creen los budistas, más madura, más completa, más consciente. Los personajes, las situaciones, los dolores y los amores me han abierto el pecho y la cabeza. Me han estirado, expandido. Me han hecho más quien soy.

Por lo tanto, la gente que se ha unido a mí a esa aventura de la fotografía en movimiento es de forma irremediable mi cómplice y mi testigo. Han vivido y muerto junto conmigo esas historias. Así, pues, han quedado en mi alma como un gran recuerdo; del mismo modo en que un compañero de viaje permanece en nuestra memoria.

Algunas de esas compañías han sido más o menos un fracaso. Recuerdo haber recibido burlas por llorar, o recibir reproches por guardar silencio una vez acabas las cintas. Pero también están vivas en mi mente algunas comuniones experimentadas en las salas de cine o en las salas de una casa o un departamento. Lágrimas derramadas a cuatro ojos por historias de migrantes, de judíos, de corazones desolados. Risas compartidas por bromas estúpidas o por un humor exquisito.

No se diga las pláticas que se suceden al finalizar los créditos. Han habido algunas largas, fecundas, riquísimas. Han habido también silencios que se intercambian a modo de conversación, cuando se sabe que el otro está sumido en una reflexión tan intensa como la de uno mismo. Algunas películas incluso se han prestado a la algarabía, cuando los asistentes somos un grupo de amigos que tenemos todo que comentar al respecto de lo que vimos.

Creo que lo que realmente quiero decir en esta misiva es Gracias. Gracias por haber experimentado conmigo, donde quiera que haya sido y donde quiera que se encuentren ahora, vidas que me han hecho quien soy. Gracias porque ustedes, acompañantes, son el ancla a este mundo que permite que la intensidad de mis recuerdos y mis reflexiones permanezca aterrizada. Como he dicho, ustedes son los testigos de que yo viví, sufrí, gocé y di por terminadas aquellas imágenes, sonidos, tramas, movimientos, colores, efectos especiales, gesticulaciones, montajes... Gracias por haberse unido a travesías en tren, en barco, en submarino, en avión y avioneta, en camionetas y en bici, en naves espaciales, a pie, en todos los continentes, en cualquier mar y en el cielo, en todos los siglos pasados y en los futuros. Gracias por haber sido co-protagonistas en mis vidas pasadas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bonito es el cine.